"En algún lugar de la biblioteca hay una página que ha sido escrita para nosotros." (ALBERTO MANGUEL)

jueves, 11 de noviembre de 2010

LA VIDA SILENCIOSA

Escribo porque sé que lo que veo no es sólo lo que veo. O porque no me basta con mirarlo: necesito percibirlo hondamente, digerirlo; y "lo que veo" me incluye a mí misma, un "mí misma" diluido, porque en el acto de escribir soy todos y soy nadie, soy, sólo, materia humana pensante, sintiente, imaginante. Escribo porque leí. Leí y leo por lo mismo, porque no me conformo. Porque supe, por un azar que me bendijo en la edad de la mayor inteligencia, la del adolescente, en esos años del milagro y la dicha, de la pena insondable, de la mirada más larga de la vida, que había más, que podía haber más, y que no quería conformarme con un mundo sin versos, sin relatos, sin escritores, sin libros. De Los cinco y Las mellizas a Hemingway, Galdós, Kafka, Borges, García Márquez, Henry James, Dostoievski, Ray Bradbury... De Neruda y Rosalía a Aleixandre y Vallejo, Baudelaire, Valéry, Pessoa, Montale, Marina Sivietáieva... De las lecturas obligatorias del colegio (aquellos galimatías de La Celestina, de Góngora y del propio Cervantes, que me dieron tanto sin saberlo), a las secretas y libérrimas de las siestas de verano, que se mezclaban delirantes con el silencioso sueño de las habitaciones. De la biblioteca del instituto a la de la Facultad. De los primeros cuentos de propiedad indiscutible a la necesidad de instalar una librería en mi cuarto e ir viendo poco a poco decrecer el vacío de los estantes. Es cierto, más que cierto: lo que vale para uno no vale para todos; pero los libros sí: sentimiento, pensamiento, imaginación. Por estos tres caminos podemos perdernos, y en ellos podemos hallarnos todos. Por ellos han transitado quienes no se han conformado y se han puesto ante el papel y han hecho -por placer y a veces bien a su pesar- aquello que decía Rilke: "He hecho algo contra el miedo: he permanecido sentado toda la noche y he escrito". Para ellos. Para nadie. Para todos. Los libros salvan de la vida y llevan a ella: la ensanchan, la ponen en entredicho, la someten a terribles interrogatorios, le dan un puntapié para llevarte a otra, a otras. Salvan, también, de la muerte, porque se alzan y existen contra ella -a veces, simplemente, constatándola-, porque la afrontan. Si entonces, cuando era mucho más pequeña, ejercía inconscientemente con mi amor por los libros una labor constante de rebeldía, ahora, años después, leer me parece un acto de rebeldía aún mayor. El lector me parece un héroe contemporáneo, quizá el más auténtico, al menos en esta sociedad acomodada de occidente. Y eso quiere decir mucho en un mundo que tiende y obliga a la grisura del pensamiento y de la acción, a la despersonalización, a matar las voces para hacer oír sólo una: la del poder, que es la del dinero, es decir, la de la sinrazón y al cabo, tantas veces, la de la barbarie. En medio de este espacio estrecho y ciego el libro sigue siendo un lugar para la voz única y sola de un hombre solo consigo mismo, con el espejo-interlocutor de un texto escrito por otro hombre más o menos igual a él hace... veinte siglos, o diez años. Es un terreno para la soledad, para la reflexión, para el apartamiento, para el silencio lleno, cosas todas éstas que no sólo no están "de moda", sino de las que se huye como si fueran "la bicha", cuando todos sabemos que el diablo está en otra parte: en todo lo que promueve el ruido, la ausencia de crítica, la negación de uno mismo. En el libro de Rilke citado antes, ese poeta tan enigmático comienza así una "crónica" de su visita a la Biblioteca Nacional de París cuando vivía allí, desharrapado y en lucha durísima con la escritura: "Estoy sentado, leyendo a un poeta. Hay muchas personas en la sala, pero no se las oye. Están en sus libros. A veces se mueven entre las hojas, como hombres que duermen y se dan vuelta entre dos sueños. ¡Ah, qué bien se está entre hombres que leen!" Yo voy de vez en cuando a la Biblioteca Nacional y también a la de mi barrio para sentir algo parecido. Allí están, entre libros. En un "estar" distinto a todas las actividades humanas que conozco: un estar no estando porque están en otro lugar. En otro lugar. Y allí están los libros. Esperando. Tal vez sea ésa la virtud más práctica de la vida silenciosa de los libros: su infinita capacidad de espera. Resisten sin reproches nuestro olvido y nuestra indiferencia y se abren generosos cuando decidimos detenernos en ellos. Podemos despreciar tranquilamente todos aquellos que no nos dicen nada: sólo algunos están hechos muy especialmente para cada uno de nosotros (los demás, qué importa: para otros lectores; para ellos... o para nadie). Podemos volver al cabo de los años a aquél que no nos dijo nada entonces: de pronto descubrimos que no era para ese tiempo nuestro, sino para éste, y el libro se regala y la fusión es completa. Podemos empezar tarde a leer: de adultos o de viejos. Pasar años sin ser capaces de "robarle" tiempo a la vida para leer cuando, en realidad, a menudo es una vida absurda la que nos roba tiempo para la vida siempre de verdad de los libros. No importa. No hay prisa. Ellos palpitan secretamente, tranquilos. Esperan. Qué curioso. Hoy, cuando escribo esto, me he despertado con una pesadilla: anoche me dormí en compañía de las primeras páginas -de una ironía deliciosa- de Moby Dick, disfrutando de una de esas lecturas que son grandes cuentas pendientes que uno puede ir saldando con calma. El sueño retomaba el libro por donde lo había dejado, y al abrirlo encontraba un gran socavón en el centro del ejemplar: parecía haber sido devorado durante la noche por polillas de ésas que se alimentan de papel y palabras. La visión era desoladora: tenía entre mis manos un cadáver descompuesto. Sólo habían quedado indemnes las primeras páginas y las últimas; el resto de la novela, lo que iba a ser mi placer durante días, un vacío carcomido irreemplazable. La sensación desagradable del mal sueño me ha hecho abrir los ojos. He buscado mi Moby Dick, al lado de la cama. Estaba allí. Completo. Vivo. Esperándome.

1 comentario:

Lola MU dijo...

Biblos: no había leído nada de Ada Salas hasta ahora; me la has descubierto y me ha gustado muchísimo. Habrá que leer su poesía. Besos.