PROCEDENCIA DE LA IMAGEN
Aunque parezca mentira, esta vez, la metáfora no es nuestra: la tomamos prestada de la crítica que Jordi Costa dedica a esta sorprendente (y larguísima) película en el diario EL PAÍS. Los misterios de Lisboa, dirigida por el chileno Raúl Ruiz, es una adaptación al cine de la novela por entregas que el portugués Camilo Castelo Branco publicó en 1854. Un entramado de historias en el que se entrelazan aventuras, amores contrariados, pasiones violentas, traiciones, venganzas, identidades ocultas, secretos, revelaciones... Un folletín de los de antes filmado con una técnica vanguardista. Un culebrón romántico elevado a la categoría de arte. Un auténtico bosque de intrigas donde no falta el ingenio, el sentido del humor, la ironía sutil. Durante cuatro horas y media, el espectador recorre -de sorpresa en sorpresa- un accidentado itinerario a través de Portugal, Francia e Italia, mientras se cruza en el camino con una fascinante galería de personajes vinculados al destino final de Pedro da Silva (¿o era Joao?), un huérfano que vive interno en un colegio.
Lo sé, lo sé: no está hecha para todos los gustos, dura casi cinco horas y sólo se exhibe en versión original con subtítulos. Pero nadie que ame el cine debería perdérsela.
Aunque parezca mentira, esta vez, la metáfora no es nuestra: la tomamos prestada de la crítica que Jordi Costa dedica a esta sorprendente (y larguísima) película en el diario EL PAÍS. Los misterios de Lisboa, dirigida por el chileno Raúl Ruiz, es una adaptación al cine de la novela por entregas que el portugués Camilo Castelo Branco publicó en 1854. Un entramado de historias en el que se entrelazan aventuras, amores contrariados, pasiones violentas, traiciones, venganzas, identidades ocultas, secretos, revelaciones... Un folletín de los de antes filmado con una técnica vanguardista. Un culebrón romántico elevado a la categoría de arte. Un auténtico bosque de intrigas donde no falta el ingenio, el sentido del humor, la ironía sutil. Durante cuatro horas y media, el espectador recorre -de sorpresa en sorpresa- un accidentado itinerario a través de Portugal, Francia e Italia, mientras se cruza en el camino con una fascinante galería de personajes vinculados al destino final de Pedro da Silva (¿o era Joao?), un huérfano que vive interno en un colegio.
Lo sé, lo sé: no está hecha para todos los gustos, dura casi cinco horas y sólo se exhibe en versión original con subtítulos. Pero nadie que ame el cine debería perdérsela.
2 comentarios:
¡¡Qué buena pinta!! No me la perderé.
Pues yo tampoco quiero perdérmela; (a mi si me gustan las películas laaaargas, leeentas y si son de época, mejor)
Un beso.
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