Celebramos hoy el centenario de Eugène Ionesco (Slatina, Rumania, 26 de noviembre de 1909-París, 28 de marzo de 1994), padre del teatro del absurdo o, mejor dicho, el teatro de la burla. Verdadero renovador del lenguaje dramático, fue autor de obras ("antiobras" le gustaba decir a él) tan importantes para el teatro contemporáneo como La cantante calva, El rey se muere, El rinoceronte o Las sillas. Su primera obra (La cantante calva) se estrenó en el Théâtre des Noctambules de París el 11 de mayo de 1950. Desde entonces se ha representado casi 17.000 veces, un hito de la cartelera mundial que se explica en términos inmediatos porque no ha dejado de interpretarse ningún día desde 1957. Todavía hoy perduran el vestuario y la dramaturgia originales. Ha muerto el protagonista que la estrenó, pero otras generaciones han sucedido a la 'troupe' fundacional y han observado la devoción a Ionesco. Medio siglo de lealtad a una obra en la que se dan la mano la angustia, el humor y el sinsentido, la soledad del hombre y la insignificancia de su existencia. Tanto tiempo después, en plena era de la (in)comunicación, la cantante calva -que no es calva ni cantante porque no hay cantante alguna en esta obra absurda y genial- "se sigue peinando de la misma manera".
Los actos del centenario de Ionesco quedan resumidos en la exposición que la Biblioteca Nacional de Francia dedica al escritor hasta enero del año próximo. El valor máximo de la exposición de la BNF se refiere a la procedencia de su contenido: manuscritos, correspondencia personal, dibujos, croquis preparatorios de sus obras, guiones cinematográficos, fotografías, pinturas del propio Ionesco o de amigos como Miró, Giacometti, Vieira da Silva, Alechinsky o Arrabal, objetos personales como el librito del método Assimil para aprendizaje rápido del inglés, germen de La cantante calva... En resumen, un pequeño tesoro procedente de los propios archivos personales del autor.
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